Yaquelín's Kunst Galerij

Recencie Renato Tapado

EL HILO DE YAQUELÍN

Kafka escribió en sus diarios que el artista debe llegar a un punto tal de disconfort desde el cual ya no puede dar marcha atrás. En ese núcleo de la incomodidad, se instala para expresar en sus obras una disconformidad con el mundo, en la cual denuncia, de alguna manera, el desarraigo esencial que sufrimos.

La obra de la artista cubana Yaquelín Abdalá, sobre todo la de los años 2000, tiene como base esa incomodidad fundamental de un cuerpo que flota entre superficies que no puede atrapar y donde no puede descansar. De hecho, el agua es un elemento importante que aparece en varios trabajos suyos, pero no simplemente como fuente de vida, sino más bien como espacio por donde el cuerpo puede tratar de ubicarse, aunque inestablemente, en busca de un punto de apoyo. No es por casualidad, entonces, que vemos un barco como posible lugar de transición hacia algo más sólido, por ejemplo, en “Vrijlaten” (2007) y en “Encontrarme a mí misma” (2002). En ambas obras, hay una mano extendida, como a tratar de tocar otro territorio o a otra persona.

En efecto, en esas obras de Yaquelín Abdalá están presentes dos mundos que se ofrecen, no sin resistencia, a esa mano extendida: Cuba – su país natal – y el otro, ya sea un familiar o un desconocido.

La presencia de Cuba está indicada por fragmentos de La Habana, en las obras “La ciudad del sueño” (1999) y “Arraigarse” (2003); por las palmeras, en “Encontrarme a mí misma” (2002) y “Crear el propio medio” (2001); por el auto antiguo cubano, como en “Posbank II”; e inclusive por el sapo en “Over het wáter” (2007). El sentimiento de una especie de exilio conforma la visión de esa artista cubana que está radicada en Holanda. La incomodidad de ese estatuto de ser extranjera proviene de la imposibilidad de radicarse efectivamente (recordemos que radicar viene de raíz). Sin ahincar raíces y sin retomar la condición anterior de pertenencia, resta el espacio vacío de la no–pertenencia. Holanda (en oposición a Cuba), entonces, comparece en las obras – por ejemplo, con el color naranja en “Oranje boven” (2006) y “Aanpassen (autorretrato)” (2006) –, pero como espacio que comprime el cuerpo (en la primera) o que lo vuelve inadaptado (en la segunda).

El otro mundo distanciado es el del otro. Así, el objeto “Lo llevamos en la sangre” (2001) tiene pequeñas fotos de familiares de la artista, pero separadas y plastificadas en pequeñas bolsitas. A pesar de que a la familia, de alguna manera, la llevamos “en la sangre”, aquí sus miembros están desunidos, aislados. En “Zusjes (Hermanas)” (2005) – que se compone de tres partes juntas, la central de tela y las otras dos de madera –, Yaquelín Abdalá se retrata al lado de su hermana, pero ellas están separadas por la tela central pintada por una especie de lluvia de varios colores, que bien puede referirse al clima holandés y al cubano, pero también a lágrimas. Ese otro, que nunca llega a tocar la mano extendida, también se traduce en personas anónimas, como en las obras “Encontrarme a mí misma” (2002), “Brug tussen 4 continenten” (2002), “Arraigarse” (2003) y “Iedereen wil gelukkig zijn” (2002).

Alejado, al mismo tiempo, de un territorio al cual se arraigaba y de otro al cual no puede arraigarse, el cuerpo solitario, entonces, se vuelve a sí mismo. Es dominante, en su obra, el contenido que remite a su cuerpo y a su vida personal. Hace su autorretrato en “A mi silencio” (1999), “Crear el propio medio” (2001), “Zusjes (Hermanas)” (2005), “Aanpassen (autorretrato)” (2006) y “Over het wáter” (2007). Pero su cuerpo también aparece en otros trabajos, como “La ciudad del sueño” (1999), “Encontrarme a mí misma” (2002), “Oranje boven” (2006) y “Ondergaan” (2006). No siempre ese cuerpo puede ser identificado, pero siempre está solo, en ocasiones desnudo (como en “Ondergaan”), por veces ligado físicamente a otros elementos, como preso a ellos (“Crear el propio medio”), otras veces como perdido, a la espera de un camino posible (“Rode draad” 2006), o mutilado, como en la instalación “Ser uno mismo también con el otro” (2000). Es interesante percibir que ese cuerpo se materializa en la madera en esa obra – en tamaño natural –, como también muchas pinturas la artista las hizo sobre madera, como dando más corporeidad a ese sujeto.

El otro lado de ese estado es Holanda, donde vive la artista. Pero ese territorio no trae al cuerpo el acogimiento esperado. En la pintura “Crear el propio medio” (también sobre madera), el cuerpo parece estar en un campo holandés, y de él salen grandes ramas que lo ligan a la tierra, ramas que producen, primero, palmeritas cubanas, y después, al llegar al suelo, flores holandesas rojas. Pero las palmeritas están clavadas en ese camino de ramas como pequeños cuchillos, marcando, al mismo tiempo, las raíces cubanas y la herida que causa esa dificultad en arraigarse. La pintura “Posbank II” ubica la escena en otro campo holandés, sobre el cual se encuentra una máquina (auto antiguo) cubana. La superposición de los dos elementos – campo y auto, Holanda y Cuba – se dan con la ausencia del sujeto que podría allí ser acogido. Del mismo modo, en “Oranje boven” el sujeto, sólo en el campo, está como disminuido por el peso de muchos banderines holandeses. Finalmente, en “Over het wáter”, la figura de la artista, que está vestida, se sitúa “arriba” del agua, en un intento de evitarla, así como evitar el sapo, signo negativo, asociado a la mala suerte en Cuba. El cuerpo, entonces, parece huir aquí de dos elementos comunes a Cuba y a Holanda: el agua y los sapos.

Ese intento de huir parece componer también la serie de cuatro obras talladas en madera, con una pintura en el centro, que se intitulan “Mijn aarde” (“Mi tierra”), “Mijn vuur” (“Mi fuego”), “Mijn water” (“Mi agua”) y “Mijn lucht” (“Mi aire”), de 2005. En los cuatro trabajos, tenemos un cuerpo escindido por el medio, que se abre hacia otro espacio, respectivamente: tierra, fuego, agua y aire. El cuerpo no se individualiza, es como el prototipo de todo cuerpo humano, sin sexo definido, pero que se abre (¿a fuerza de escisión? ¿De desgarramiento?) a un espacio por donde podría, quién sabe, encontrar un territorio acogedor. Sin embargo, ya no se trata de lugares específicos (como Cuba), sino de un espacio abstracto que forma el mismo universo con sus cuatro elementos básicos. El cuerpo que se abre al mundo no se arraiga en ningún lugar específico, y esa abertura se da como escisión.

No es por casualidad que los mismos títulos de algunas obras denotan esa precariedad del sujeto y su dificultad en anclarse: “Aanpassen” (adaptarse con dificultad), “Ondergaan” (desaparecer, hundirse, sufrir), “Vrijlaten” (liberar, dejar en libertad), “Encontrarme a mí misma”. Además de eso, la obra “Ondergaan” hace referencia – por su color rojo dominando el espacio y por un hilo rojo sostenido por la figura femenina desnuda – a una expresión holandesa que significa “cinta roja”: el hilo a seguir en la vida de uno, no perderse – como el hilo de Ariadna, para no perderse en el laberinto de Creta.

Ese mismo hilo está representado en la pintura “Rode draad” (2006). En ella, la figura femenina, de aspecto poco humano (¿un robot?), mira en frente el hilo rojo caído en el suelo. Después, como en un escenario de teatro, hay una puerta abierta.

Coincidencia o no, el color rojo recurre toda la obra de Yaquelín Abdalá. Contrastando con ese estado inestable y desgarrado del sujeto, los trabajos de la artista cubana vibran con colores calientes – amarillo, naranja, rojo, morado –, y los colores fríos, como el verde y el azul, están muchas veces en tonos fuertes y brillantes. Esa contradicción hace pensar en Van Gogh, en cuya pintura el color más “alegre” sirve para traducir, muchas veces, la inadecuación al mundo. En la artista, de alguna manera, el “color rojo” es el hecho mismo de hacer arte: su “hilo” para conducirse en este mundo hacia algo que lo vuelva menos incómodo, en ese laberinto universal del cual no sabemos dónde está la salida, pero tratamos de denunciarlo y, por qué no, volverlo más soportable.

En un texto que está en su página web, Yaquelín Abdalá escribe: “Encontrarme, preguntarme y responderme”.

Y su impactante arte ya es la respuesta.

Renato Tapado
Buenos Aires, primavera de 2013

Recencie Kees Rood

De verhalen die Yaquelin Abdala in haar werk vertelt houden een zeldzame samenhang in van de scheppende persoonlijkheid en het daaruit voortkomende werk, d.w.z. Abdala is met haar object een vanzelfsprekende eenheid.
Hoewel een dergelijk gegeven in de praktijk niet altijd voldoende wordt herkend, is dit toch een belangrijke voorwaarde voor een reëel en overtuigend kunstenaarsschap.
Het is een belangrijke voorwaarde, maar er hoort iets anders bij: een biografisch gegeven dient een universele betekenis te dragen, en dat is alleen mogelijk bij de gratie van een heldere visie op de vormgeving, zodat deze in staat is een taal te spreken die van alle mensen is.
Vrijwel ieder werkstuk van Yaquelin Abdala bestaat uit twee contrasten - zowel inhoudelijk als formeel - die met elkaar in balans worden gebracht (via een middendeel), waardoor er een harmonie ontstaat, niet alleen met de schepper van het werk, maar sterker nog binnen het beeld zelf; een spanning die opgelost wordt tot een samenklank.
Deze uiteindelijke samenklank bepaalt de essentiële waarde van Abdala's kunstenaarschap.
Het is dan ook geen wonder dat veel van deze creaties uit tweeluiken of drieluiken bestaat, waarbinnen ook het materiaal - hout tegenover linnen - contrasterend is, bewust toegepast in dienst van de betekenis.
Een reliëf in hout tegenover het platte vlak in het geschilderde doek. Niet altijd hoeft de betekenis onmiddelijk duidelijk te zijn, ook een aanvankelijke raadselachtigheid kan werkzaam zijn, tot die zich in een diepere waarde aan de beschouwer mededeelt.
Die diepere waarde stoelt op een universeel menselijk gevoel, en uiteindelijk is dat het waardoor de vergezichten van Abdala onvergetelijk zijn.
Kees Rood